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Muy lejos de la ciudad, vivía un campesino muy trabajador que tenía una inmensa huerta a orillas del río. Un día al amanecer, fue a trabajar a su huerta, al llegar, vio pisadas de caballos por todos lados y se dio cuenta de que algunos de los vegetales habían sido comidos y otros dañados.

Desconcertado el campesino fue a su ruka a contarle lo sucedido a sus tres hijos: “¡Miren la huerta!, entró un animal y está todo pisoteado, ¿Por qué pudo haber pasado esto?” - Preguntó el chaw papá.

Un hijo respondió: “¡Ahhhhhh! chaw papá, creo que debe ser el caballo que vieron algunos vecinos en el río, a veces se escapa, el pudo haber sido”.

“¿Y cómo lo podemos agarrar?” - Dijo el chaw papá.

¡Yo puedo ir a dormir a la huerta! ¡Es en la noche cuando entra! - Dijo un hijo. Y fue el hijo, se llevó un cuero de oveja para cubrirse, una pifilca para lograr bellos sonidos y no dormirse, y un lazo para atrapar el caballo.

Durante la noche el hijo se quedó dormido y de pronto escuchó un ruido, como si algo se hubiese lanzado al agua, despertó, pero el animal ya había entrado a comerse los vegetales y se había ido.

Al día siguiente el chaw papá le preguntó: “¿Cómo te fue Kompayantü?”

“Nada, chaw papá, me quedé dormido y cuando desperté, el animal ya se había ido y no pude hacer nada”. Dijo Kompayantü.

Después se ofreció Kallfümañke, su segundo hijo. Quien dijo: “¡Yo iré alojar esta noche, yo sí que lo voy a tomar! Llevaré un trompe, un cordel y manta de oveja para cubrirme en la noche”.

De repente, a media noche sintió que el caballo salió del río, él se levantó muy rápido, sacó el cordel y lo trató de lacear, pero fue imposible, el animal se tiró al río. Al otro día al amanecer el chaw papá le preguntó: “¿Cómo te fue hijo?”

“¡Uhhhh! no pude lacear al caballo, chaw papá, estuve muy cerca, lo siento”. - Dijo Kalfümañke.

Finalmente, se ofreció el hijo menor Ligkoyam: “¡Chaw Papá, Chaw Papá, yo sí que lo atraparé! ¡Yo sé que lo voy a tomar!” - Dijo convencido Ligkoyam.

Y se fue, llevó su trutruca, una manta de oveja, su lazo y una rama con muchas espinas, las puso en sus costados por sí se quedaba dormido, estas lo iban a despertar. Así lo hizo, tocó toda la noche su trutruca y cuando estaba amaneciendo apareció un caballo de siete colores.

Ligkoyam dijo: ”¡Wuuuuo! ¿Es ese el caballo? ¡Que hermosos colores tienes! - Tomó su lazo y lo atrapo.

En cuanto lo atrapa, el caballo dice: “!Ligkoyam, Ligkoyam!”.

“!Ohhh... el caballo habló!.” - Dijo sorprendido Ligkoyam.

“Si, yo hablo, yo te conozco, sé que tú quieres ir a trabajar a otro lugar, yo sé que contigo puedo ir Ligkoyam. Por favor, suéltame y no le digas a tu papá, ya sé que si me encuentra me va a castigar.” - Dijo el caballo.

Ligkoyam lo soltó, porque le dio pena, pero le pidió no ir más a comer a la huerta de su Chaw.

El caballo le prometió llevarlo a trabajar, le explicó “Yo iré al corral de tu Chaw y me convertiré en un caballo viejo y flaco, estaré durmiendo bajo una manta vieja, entonces tú le debes pedir un caballo de regalo a tu padre para que te acompañe a trabajar y sabrás reconocerme”.

Al amanecer, Ligkoyam le contó a su papá que le había ido mal y el caballo se había escapado. Ese mismo día, le dijo a su papá que quería ir a buscar trabajo lejos y lo único que le pedía era un caballo. Entonces a los pocos días fueron a elegir caballo.

Ligkoyam vio al caballo viejo y flaco y le dijo: “!Ese es el que quiero!”.

“Pero, hijo, ese caballo está enfermo, hace días que lo veo tirado ahí, tienes que elegir otro.” - Dijo el papá.

“No, no, ese nomás, chaw, yo sé que es alentado, después se animará cuando vayamos en camino”. - Dijo Ligkoyam.

“Ya, hombre, ya, es tuyo, prepáralo y toma tu camino “- Dijo el papá.

Ligkoyam se fue con su caballo en busca de trabajo para ayudar a su padre. Ya lejos de su hogar el caballo se renovó hermoso con sus siete colores.

“¡No ves!” - dijo el caballo - “Yo te voy acompañar donde quiera que sea, vamos a buscar trabajo, ¡Nos va a ir muy bien!”.

Por el camino encontraron un letrero que decía: “Se necesita cuidador de fundo”.

¡Aquí! ¡Aquí! ¡Entremos! - Dijo el caballo.

Así, Ligkoyam se presentó con el dueño del fundo, el dueño le explicó que había una casa donde vivir en el fundo, Ligkoyam preguntó si él podía vivir con su caballo.

“No hay problema hombre, aquí hay pasto, un montón de pasto, hombre, suéltelo por aquí nomás”. - dijo el dueño.

Ligkoyam trabajó mucho, le fue excelente, su jefe lo trataba bien y confiaba en él.

Un día Ligkoyam con el caballo, fueron a la ciudad de compras, cuando inesperadamente escucharon una voz maravillosa que salía de una casa pequeñita.

“Ahhh, que lindo canta esa mujer, ¿Será joven? ¿Será señora?” - dijo entre suspiros Ligkoyam. Se acercó y apareció en la puerta una mujer: “¿Señora, señora usted es quien canta?” - Preguntó Ligkoyam.

“!Noo!, es mi hija” - Dijo la señora.

Ligkoyam dijo: “!Ohhhhh, que hermosa voz!, ¿Usted me dejaría casarme con ella? Estoy enamorado de esa voz hermosa”.

La mujer expresó que no podía ser, porque su hija era mujer sólo de noche y de día se convertía en ranita y sólo se dedicaba a cantar, era una mujer encantada.

“¡Ahhhh!”, dijo Ligkoyam, “¡No importa! ¡Estoy totalmente enamorado de su voz!”.

Finalmente, después de meses de visita, Ligkoyam pidió matrimonio a la ranita y ella aceptó con el permiso de su mamá. Ligkoyam tuvo que pedirle permiso a su patrón para llevar a su esposa a vivir con él.

Un día Ligkoyam recibió una carta de su padre, quien lo invitaba a su cumpleaños e invitaba a sus tres hijos con sus respectivas familias. Ligkoyam estaba un poco triste, porque no encontraba un regalo adecuado para llevarle. Habló con su esposa ranita para que lo acompañará.

La esposa le dijo: “Busca un pañuelo viejo y llévalo al estero, límpialo y déjalo tendido en la montura del caballo de siete colores. Mañana lo irás a buscar y ese le vamos a llevar”.

“Pero cómo le vamos a llevar un pañuelo viejo”. - Dijo Ligkoyam.

“Confía en mí”. - Dijo la ranita.

Al día siguiente el pañuelo era gigante y hermoso, tenía los colores del cielo y en el centro tenía una estrella, wangülen, y una luna, küyen.

“¡Uhhhh!, que hermoso pañuelo”. Exclamó Ligkoyam. “¡Gracias, caballo de siete colores, gracias, esposa hermosa!”

Finalmente, viajaron al cumpleaños del padre con su caballo de siete colores. Antes de llegar a la casa la ranita se convirtió en mujer con su hija en sus brazos, llegaron felices y fueron muy bien recibidos.

El padre quedó muy agradecido por la presencia de su familia y el regalo tan especial que le llevó Ligkoyam. Todos fueron muy felices, y Ligkoyam siempre agradeció la amistad de su caballo de siete colores.

Cuando somos kümeche o buenas personas, la vida nos premia. Tal como lo demuestra el hijo menor en este Epew, quien intenta dar lo mejor de sí, con todas sus relaciones (con su padre, el caballo, patrón y esposa) y sus quehaceres. De esta forma, el buen hombre conserva su trabajo y mantiene felices sus relaciones. Para poder darnos cuenta de los regalos de la vida, debemos estar concentrados en el tiempo presente y ser agradecidos.

Una segunda enseñanza que podemos rescatar de este Epew, es el valor de la palabra ligada a la amistad, cuando una persona da su palabra, debe ser responsable y comprometida para cumplirla, al igual como asumió su promesa el caballo de siete colores con Ligkoyam, quienes al respetar sus acuerdos lograron una hermosa amistad.